martes, 12 de octubre de 2010
Leer transforma radicalmente nuestro cerebro
de: http://www.genciencia.com/psicologia/leer-transforma-radicalmente-nuestro-cerebro
Entre el cerebro de los habitantes de las sociedades ágrafas y nuestro cerebro hay una diferencia abismal.
Si bien compartimos el mismo cerebro que los seres humanos analfabetos de hace 40.000 años, desde que inventamos la lectura hemos empezado a conectar nuestras estructuras cerebrales de formas distintas.
Por ejemplo, los cerebros de nuestros antepasados egipcios y sumerios debieron de ser distintos a los nuestros, como refleja un trabajo pionero de Charles Perfetti y Li-Hai Tan. En él se sugiere que todos los sistemas de escritura usan muchas conexiones estructurales parecidas, pero algunas exclusivas.
Un cerebro conectado para leer los jeroglíficos egipcios o los caracteres chinos activa algunas áreas jamás utilizadas para leer el alfabeto griego o inglés, y viceversa. La variedad de estas adaptaciones es una prueba reciente del potencial innato del cerebro para reorganizarse a fin de realizar nuevas funciones.
El especialista en lenguas clásicas Eric Havelock también sostiene que algunos alfabetos, como el griego, sin duda liberaron una capacidad sin precedentes en el cerebro humano a fin de crear pensamientos novedosos.
En sus estudios describen de qué manera la reordenación de los cálculos básicos que el cerebro realiza durante el aprendizaje de la lectura se convierte en la base neuronal de los nuevos pensamientos. En otras palabras, los nuevos circuitos y senderos que el cerebro crea para leer se convierten en los cimientos de la capacidad para pensar de maneras diferentes e innovadoras.
En otras palabras, la lectura ocasionó tanto una revolución cultural como neuronal. Las personas que aprendieron a leer y escribir, por tanto, desarrollaron cerebros que ampliaban su repertorio intelectual.Unas capacidades que no poseían las culturas orales o ágrafas. ¿Por ejemplo?
Con la creación de los antiguos símbolos de los sellos de cálculo aparecieron los primeros sistemas de contabilidad conocidos y, con ellos, nació la toma de decisiones reforzada que surge cuando se dispone de más y mejor información. Por lo tanto, parecería que los primeros símbolos conocidos (aparte de las pinturas rupestres) estaban al servicio de la economía y de los aspectos económicos. Con los primeros sistemas de escritura globales (la escritura cuneiforme sumeria y los jeroglíficos egipcios), la contabilidad sencilla se convirtió en una documentación sistemática, lo cual condujo a sistemas de organización y cifrado que, a su vez, facilitaron avances intelectuales significativos. Hacia el II milenio antes de nuestra era, las obras literarias acadias habían empezado a clasificar todo el mundo conocido, como prueban la enciclopedia Todas las cosas conocidas sobre el Universo, la obra maestra jurídica del Código de Hammurabi y diversos textos médicos notables. El mismo método científico tuvo sus orígenes en la capacidad cada vez mayor de nuestros antepasados para documentar, codificar y clasificar.
sábado, 9 de octubre de 2010
jueves, 7 de octubre de 2010
Pobladísimo país de mierda
Ya está, ya ha sucedido. El momento esperado se ha producido: a mi hijo, a punto de cumplir 10 años, le han dicho, por primera vez en toda su vida, «moro de mierda». Marcaremos la fecha en el calendario para conmemorarla cada año, porque indudablemente comienza una nueva etapa en su biografía, aquella en la que deberá ser consciente de sus rasgos distintivos y las consecuencias que conllevan. De entrada me pregunta si eso de «moro» es bueno o es malo y repite, como un atenuante de su gran delito, que él nació en Vic. Como todos los niños, no se ve ninguna diferencia. Me habría gustado presenciar el acontecimiento, como el primer contagio, el primer diente que se cae, el primer trazo para dibujar, aún sin sentido, su propio nombre. Pero no, a partir de una edad, a los hijos empiezan a pasarles cosas de las que las madres no seremos testigos de primera fila, sino que deberemos conformarnos con el relato que a posteriori hagan ellos, en el mejor de los casos.
Yo tengo la suerte de no recordar muy bien mi primera vez, porque las tres palabras se escurrieron entre muchas sin sentido que iba aprendiendo de la nueva lengua. Después, me recuerdo buscándolas en el diccionario para intentar averiguar por qué aquello que me decían como insulto era un insulto, qué quería decir si era tan negativo. Buscaba «moro», claro, que la mierda ya sabía lo que era, este país del que todos hemos formado parte en un momento u otro y al que nos envían cada dos por tres, tal y como apuntaba el amigo de una amiga en una conversación a pie de calle. Mi suerte tal vez fue la de crecer en una escuela donde todos éramos de mierda en un momento u otro: el moro, el charnego, el gitano e incluso el catalán. Intuyo que los años que vendrán serán los más difíciles, los de intentar que mi hijo siga creyendo que es tan de aquí como cualquier otro y que nadie le puede negar el derecho a sentir eso por mucho que le repitan que es de mierda.
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