Por las vueltas que da la vida, el otro día asistí a una reunión de personas católicas, y practicantes diría yo. Era la Pastoral Obrera que se juntan una vez al año.
Allí se habló de la crisis y cómo está afectando a los trabajadores, no sólo económicamente, también en la actitud personal. Es muy común que, por miedo a perder el trabajo, precario en muchas ocasiones, se alarguen las jornadas laborales, disminuyendo el tiempo que pueden dedicar a la familia o al ocio. Tampoco es extraño que se trabaje en pésimas condiciones de seguridad y salud, con la tensión que ello genera. Mala mezcla.
Hasta aquí, nada nuevo. Pero llegó el momento en que alguno de los asistentes contaba sus experiencias y...¡sorpresa! una de esas personas era un antiguo vecino mío, al que no veía desde que cambiamos de vivienda.
Cuando se presentó, me enteré de dónde vivía ahora y de cómo estaba afrontando esta crisis.
Nos habló de que, tras bastante tiempo de dudas, había decidido hacerse empresario. El contaba con los cuatro trabajadores, que hasta ese momento habían sido sus compañeros, y cómo intentaba que lo de ser el dueño de la empresa se limitase sólo a “los papeles” sin que interfiriera en la excelente relación que habían mantenido siempre.
También nos dijo que coincidió con un asunto muy delicado y de cómo, a pesar del futuro incierto que se les podía plantear, los compañeros/trabajadores decidieron quedarse con él, a pesar de ser un momento en el que había mucho trabajo en su sector y podían marcharse a otra empresa, incluso cobrando más. De ese trance salieron bien.
Y llegó la crisis. Poco trabajo, impagos, incertidumbres, miedos, noches sin dormir...
Esta persona reunió a sus compañeros/trabajadores y les dijo cuáles eran sus intenciones. La primera, y más importante, era que no tenía intención de despedir a ninguno; si antes ellos habían apostado por continuar en la empresa, junto a él, ahora consideraba que debía pagarlos A TODOS con la misma moneda. EL TRABAJO QUE HUBIESE SE LO IBAN A REPARTIR y con el tiempo que sobrase iban a formarse y a acondicionar el local que tenían.
Su objetivo era ir sobreviviendo seis meses, luego otros seis... y así han llegado hasta hoy. Sabiendo que la situación no es nada fácil, pero con la tranquilidad que da saber que no son simples “números” y con la enorme satisfacción de haber enriquecido sobremanera el compañerismo entre ellos.
Seguramente habrá más personas (empresarios) que hayan hecho lo mismo. Lamentablemente estas experiencias no suelen salir en los medios, no entiendo muy bien por qué.
Por eso, cuando terminó, pensé que esta lección de coherencia y compañerismo tenía que conocerse. Y me he puesto a escribir, para intentar reflejar lo mejor posible, el impacto que me causó su forma de hacer.
Puede que alguno piense que esto no son más que cosas de beatos. No estoy de acuerdo. Más vale que los que se llaman empresarios dejen de mirarse el ombligo y pensar sólo en ganancias y dividendos. No justifiquemos con argumentos banales la falta de humanidad, su falta de responsabilidad social ni tampoco nuestros temores de salir a la palestra por miedo.
Jesús-Lorenzo de la Fuente.

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