sábado, 25 de septiembre de 2010

Homenaje a Labordeta

Mataos, 
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna. 

Si vuestra rabia es fuego que devora al cielo 
y en vuestras almohadas crecen las pistolas: 
destruios, aniquilaos, ensangrentad 
con ojos desgarrados los acumulados cementerios 
que bajo la luna de tantas cosas callan, 
pero dejad tranquilo al campesino 
que cante en la mañana 
el azul nutritivo de los soles. 

Invadid con vuestro traqueteo 
los talleres, los navíos, las universidades, 
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece, 
triturad toda rosa hallada; al noble pensativo, 
preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte 
que han de aplastar a las dulces muchachas paseantes, 
en esta misma hora que sonríe 
por una desconocida ciudad de provincias, 
pero dejad tranquilo al joven estudiante 
que lleva en su corazón un estímulo secreto. 

Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas 
de entelequias, estructuras incompatibles, 
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo 
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina. 

Asesinaos si así lo deseáis, 
exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas 
que jamás asiríais un fusil de bravura, 
pero dejad tranquilo a ese hombre tan bueno y tan vulgar 
que con su mujer pasea en los económicos atardeceres. 

Aplastaos, pero, vosotros, 
los inquisitoriales azuzadores de la matanza, 
los implacables dogmáticos de estrechez mentecata, 
los monstruosos depositarios de la enorme Gran Estafa, 
los opulentos energúmenos que en alza favorable de cotizaciones 
preparáis la trituración de los sueños modestos 
bajo un hacha de martirios inútiles. 

Pisotead mi sepulcro también, 
os lo permito, si así lo deseáis inclusive y todo, 
aventad mis cenizas gratuitamente 
si consideráis que mi voz de la calle no se acomoda a vuestros fines suculentos, 
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna, 
al campesino que nos suda la harina y el aceite, 
al joven estudiante con su llave de oro, 
al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo, 
y al hombre gris que coge los tranvías 
con su gabán roído a las seis de la tarde. 

Esperan otra cosa. 
Los parieron sus madres para vivir con todos, 
y entre todos aspiran a vivir, tan sólo ésto, 
y de ellos ha de crecer, si surge, 
una raza de hombres con puñales de amor inverosímil, 
hacia otras aventuras más hermosas. 

Este es el poema que Laborderta leyó en el Congreso como protesta por la decisión de participar en la guerra de Iraq

No hay comentarios:

Publicar un comentario